COMO ENCONTRAR LA RAÍZ


 Todo es culpa del perro. O bueno, para ser justos, de la decisión de tener un perro adoptado.

Mi hijo y yo habíamos llevado una vida sin lograr establecer raíces en ninguna parte. La vida había transcurrido entre trasteos y circunstancias que inevitablemente llevaban a un cambio de casa, de ciudad, de trabajo. En nosotros era evidente esa frase empresarial que indica que la única constante es el cambio.

Hasta que llegó el perro.

El perro llegó en una mañana soleada de domingo, con un compromiso firmado de darle un hogar para toda su vida. Era una cosita negra, de ojitos tristes, muerto de hambre y con todas las enfermedades posibles para un cachorro de tan corta vida. Tenía sarna, tos de perro, estaba lleno de parásitos y en fin… necesitaba una cita urgente con el veterinario. Le adaptamos el baño de atrás del apartamento, pero pronto se acostumbró a dormir con mi hijo. Y pronto todo el espacioso apartamento en que vivíamos empezó a oler a perro, se convirtió en una zona de guerra entre los gatos y el cachorro invasor y hubo que levantar un muro divisorio para tener algo de paz en la casa.

Dada la gravedad de la sarna que tenía el perro, encontrar una fórmula para sanarlo pasó por visitar muchos veterinarios y evitar la salida al parque para no contagiar a los perros de los vecinos.

Así las cosas, el perro nunca pudo ser entrenado para hacer sus necesidades fuera. Además, el cachorrito que fue elegido porque supuestamente iba a ser de raza pequeña de convirtió en un perro inquieto de talla mediana, nervioso y activo que parecía un demonio de Tasmania. A su paso dejó varios cojines destruidos, tierra de las únicas plantas en todos los rincones de apartamento y el riesgo siempre presente de que se comiera un vidrio del taller de mosaico de mi hijo.

Como todos los cambios de vida, éste empezó como algo sencillo. La búsqueda de una casa con patio, con espacio suficiente para el perro y con un piso fácil de lavar en caso de accidente.

El arriendo de una casa con patio en Bogotá era más o menos el doble de lo que recibiríamos por el arriendo del apartamento que teníamos. Pero en los pueblos de las afueras de Bogotá los arriendos eran más cómodos. Al final nos decidimos por una casita en Tabio y un mini apartamento para mi hijo en Bogotá. Era el final de año del 2019.

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