LA VIDA DE CAMPO
En nuestros sueños, una casita de campo es un lugar maravilloso, donde hace sol, el césped es siempre verde, hay una hamaca colgada en un par de árboles cerca de la casa, un caminito bordeado de flores y los pajaritos cantan en las cercanías. En los dibujos de primaria, cerca de la casa, corre un río. En los sueños un poco más realistas, son fincas de descanso donde alguien se hace cargo de las labores de mantenimiento y uno se relaja con un buen libro, toma hermosas fotografías de naturaleza, se refresca en una piscina de aguas cristalinas y en las noches enciende la fogata con leña que ha sido previamente cortada.
La vida real dista un poco de estas imágenes. Mi analogía
para este caso, es que tener una finca se parece mucho a un matrimonio. Es
trabajo duro todos los días si uno quiere que funcione.
Tener una finca y haber encontrado mi lugar en el mundo
(hasta nuevos descubrimientos) es una de las cosas más maravillosas que me han
pasado después de ser madre. Implica mucho esfuerzo, para el que uno no está
preparado y requiere aprender a hacer algunas cosas que no son fáciles,
disfrutar de los pequeños logros y soltar las cosas que están fuera de nuestro
control. En mi caso es una lucha constante contra la invasión de pasto y plagas
de insectos al jardín de flores sin hacer uso de químicos, aprender a compartir
la cosecha con otros habitantes de la tierra y sacar a los insectos y
artrópodos que entran a la casa en lugar de matarlos. Tuve que soltar la idea
de la finca estéticamente perfecta, hacer fogatas de carácter práctico cada
semana y dejar el descanso en la hamaca para los domingos en las tardes de
verano.
Mientras estuve trabajando en el pueblo, tuve que caminar
con mis botas pantaneras, varias veces bajo la lluvia, caerme un par de veces
mientras llegaba a la carretera y aprender a esperar el transporte sin
estresarme. Salir de la casa y confiar en que a mi regreso las cosas iban a
estar en su lugar y con suerte poder regresar antes del atardecer con el fin de
poder hacer un par de tareas cerca de la casa con luz del día. Los fines de
semana dejaron de ser los momentos para relajarme y no hacer nada a ser los
días de ir cerrando la larga lista de pendientes que voy construyendo mentalmente
durante la semana. Pasa el fin de semana y seguramente hay muchas tareas de la
lista que tendrán que esperar al siguiente.
Ahora que trabajo desde la casa, el invierno es más una
bendición porque me garantiza el riego de los árboles que he ido sembrando
desde que estoy acá hasta que ellos puedan defenderse por sí mismos. He ido
aprendiendo con la gente del campo los momentos adecuados para sembrar,
paciencia para esperar los resultados y confianza en la madre naturaleza.
También he ido aprendiendo a apreciar la generosidad de la tierra, que nos da
lo que necesitamos sin tener que esforzarnos demasiado. En ocasiones sólo se
requiere de un poco de atención para ver la belleza de las flores silvestres,
el aroma del pasto recién cortado y la fruta para el desayuno en alguna mata
que nació por ahí sin nuestra participación.
Es trabajo duro, requiere paciencia e implica muchos
aprendizajes. Como todo lo bueno en la vida.
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