NO HAY NECESIDAD DE IR TAN LEJOS



Las cosas que necesitamos están más cerca de lo que pensamos.

Al estar en el campo de tiempo completo cambió la forma de hacer las compras. Cuando uno vive en el pueblo puede salir a comprar lo que necesita en cualquier momento, cambiar de idea con respecto al menú y en muchas ocasiones salir a comer o pedir un domicilio cuando no tiene ganas de cocinar. Ahora este proceso requiere de planificación, listas y previsión para evitar restricciones o gastos adicionales durante la semana.

Ahora hago mercado en la plaza cada ocho días y valoro mucho más el esfuerzo que hacen las personas que producen y venden los alimentos, porque entiendo los retos a los que se enfrentan los productores en términos de clima, logística y demanda de sus productos. Sin embargo, el mercado de la plaza ha recorrido un largo camino antes de llegar a las manos de sus compradores. Normalmente son productos que han hecho un viaje de ida desde los pueblos pequeños hasta Bogotá y que vienen de regreso a Garagoa, de las grandes plazas de mercado de la ciudad, con los costos adicionales que eso implica.

Por eso, mis compras favoritas son las que hago en Guanica. Una salida de compras en la vereda es una caminata de unos veinte minutos hasta los invernaderos de Daniela, una joven empresaria que decidió seguir la tradición familiar de siembra de tomates y que vende al frente de su finca tomates frescos, ajíes, limones y plátanos. Como ya me conoce, me escoge los tomates maduros y siempre atiende a sus clientes con una sonrisa. Se nota que le gusta su trabajo.

Desde ahí, a unos 15 minutos más de camino está la iniciativa de venta de verduras orgánicas Catalejo, negocio de Rafael, un buen amigo, quien en tiempos de pandemia decidió producir hortalizas y verduras orgánicas a los restaurantes locales, amigos y familiares. En Catalejo uno puede encontrar toda clase de lechugas, espinacas, cilantro, perejil, coles y hierbas aromáticas. También cultivan tomatillos, ajíes de diferentes clases, berenjenas, pimentones y cebollas. Lo más interesante de esta experiencia es que uno puede bajar a conocer el cultivo, ver como se producen los alimentos y cosecharlos personalmente. 

De regreso, paso por algunos restaurantes de carretera como Acapulco, Estadero San Diego o Los Ocobos donde uno puede encontrar platos típicos de la región casi cualquier día de la semana y puede comprar helado o chorizo con arepa (también hay opciones de pecar a nivel local).

Para encontrar frutas puedo caminar hasta los invernaderos de Arándanos Salomé, donde Herlinda produce arándanos de calidad de exportación y además es muy generosa con sus plantas y sus conocimientos. Ella también le permite a uno conocer su proceso de producción, entrar a los invernaderos, ver el sistema de polinización de plantas con abejas que ellos mismos cuidan. Otra opción es caminar por la parte alta de la vereda hasta donde Víctor y conseguir frambuesas. Seguramente tengo muchos más vecinos que tienen alimentos para la venta y que yo aún no he identificado.

La cuajada y los huevos me los trae a domicilio, doña Teresa, mi vecina del frente. Me gusta comprarle a ella porque sé cómo trata a sus animales y en su caso uno puede asegurar que se trata de huevos criollos de gallinas felices que buscan su comida sin cercas que las detengan y leche de vacas bien alimentadas, que cuidan de sus hijos y que disfrutan de una vida libre de crueldad animal.

Con todo, mi parte favorita de conseguir frutas y verduras en la vereda es cuando puedo salir al huerto de mi casa y encontrar algo que cultivé yo misma y que pasa del suelo a la mesa.



Comentarios

  1. Excelente! tal como lo describes hasta me dan ganas de volverme vegetariano (vegano jamás).

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  2. Me gusta eso de (poder pecar). Una lectura que antoja a vivir y vivir comiendo bien

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  3. Lindo relato! me dieron ganas de acompañarte a hacer las compras!

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