EL JARDÍN
Y no era porque no me gustaran las plantas. Desde niña siempre
admiré la habilidad de personas como mi abuelita que en cada recipiente
disponible sembraba algo y lo hacía crecer y florecer. Sin embargo no creía que
fuera una habilidad que yo pudiera desarrollar.
Ahora, me encanta trabajar en el jardín. Es uno de los pocos
momentos en los que realmente dejo de pensar y sobre pensar en cosas del pasado
y el futuro y logro concentrarme en el presente. Por eso, cuando tengo
preocupaciones o me quiero relajar, me pongo los guantes, busco mis
herramientas de jardinería y salgo a trabajar. Es como una especie de
meditación pero agachada con las plantas.
La afición por la jardinería viene acompañada de varias
manías que sólo comprendemos los amantes de las plantas:
- Nos volvemos coleccionistas de semillas. Yo tengo un canasto en donde pongo las semillas que recojo, las que me regalan y las que compro. Seguramente hay jardineros muy organizados que tienen sus semillas catalogadas, clasificadas y organizadas por fecha de vencimiento. No es mi caso. En mi canasto hay una mezcla extraña que clasifico sólo cuando es temporada de sembrar cierta planta. Algún día seguiré el consejo que me dio una sabia mujer indígena del Ecuador y saldré a botar mis semillas para que nazcan como ellas quieran.
- Estamos suscritos a uno o varios canales de consejos de jardín. Vemos los videos y los coleccionamos en la memoria. Nunca se sabe cuándo vamos a necesitar usar enraizante de canela, repelente de ají, ajo y alcohol, caldo de ortiga o cualquiera de esas pócimas en donde se mezclan la ciencia y la magia jardinera.
- Siempre estamos dispuestos a robarnos un piecito de una planta que nos gusta en un jardín desconocido o en un parque. Nos volvemos cómplices de otros ladrones de plantas.
- Tenemos plantas favoritas. En mi caso son las bromelias. He hecho varios intentos por adornar los troncos viejos de la finca con bromelias caídas de los árboles, pero resulta que a las vacas de mi vecina también les gustan estas plantas y cuando vienen a aprovechar el pasto, se han comido mis arreglos.
El secreto para mantener vivo el jardín me lo enseñó una
amiga de mi madre que tenía uno de los jardines más maravillosos que haya conocido.
Doña Clarita me enseñó que hay que amar cada semilla que realiza el milagro de
producir una hojita verde. No importa de qué planta se trate. Cada planta recién
nacida representa el esfuerzo de una semilla por brotar y su lucha por la vida.
Y su aporte a hacer nuestra vida, no sólo más bella, sino sobre todo, posible.
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