UN ACCIDENTE AFORTUNADO
En la búsqueda de un lugar para construir mi casa empecé por el pueblo. En mi imaginación estaba un lugar un espacio similar al de la casita en Tabio. Ante jardín, huerta y espacio para mis mascotas, que a este punto eran los dos gatos y dos perros, porque además de Rux ahora tenía a Laika, una perrita criolla de raza pequeña que llegó en busca de un hogar de paso tras ser atropellada y que terminó quedándose a falta de un buen hogar que la recibiera. Mi hermano y su familia me acompañaron en mi búsqueda y caminamos por todo el pueblo y sus cercanías para encontrar el lugar perfecto pero el dinero que tenía no era suficiente. Todo estaba un poco fuera de presupuesto o el espacio no era suficiente.
Después de muchas citas con el señor de la inmobiliaria
recibimos una invitación para ver un predio a una media hora del pueblo. Era un
poco lejos para mis posibilidades, pero decidimos hacer paseo hasta la vereda y
considerar el lugar dentro de las opciones.
Llegamos hasta la vía, que desde la carretera principal
conducía al “lote” y empezamos a caminar. Después de media hora subiendo por la
montaña ya la opción estaba descartada por la distancia. Ya sabíamos que no era
propiamente un lote sino una finca pequeña en la vereda de Guánica arriba,
cerca de la escuela. Lejos del pueblo y unos veinte minutos a pie desde la vía
principal.
Pero cambiamos de opinión cuando llegamos al lugar. Nos
gustó el paisaje, los árboles florecidos y los pequeños arroyos que bajaban de
la montaña. El entrar al predio nos dimos cuenta de que tres fanegadas era
mucho más tierra de la que nos habíamos imaginado. Era muy grande. La finca
estaba descuidada y tenía unas vacas poco amigables, pero pudimos entrar a
verla y nos gustó. Además, el precio era bastante más razonable que lo que
habíamos visto hasta el momento. Lo más bonito era la vista. Por un lado, el
páramo de Cristales y por el otro el páramo de Mamapacha. A lo lejos, los
pueblos de Garagoa, Pachavita y Chinavita. Inmejorable. En mi caso, fue amor a
primera vista con el paisaje.
Al regresar, hablamos con mi hermano y mi cuñada de la posibilidad
de comprar la finca y dividirla en dos. Y compartir el paisaje. Después de
hacer cuentas y pensar cómo organizarnos, la idea de tener una finca en Guánica
se fue haciendo más real.
Al cabo de unos meses y algunas peripecias financieras,
éramos los propietarios del Petaquero, que al dividirla serían las fincas de
Los Ángeles y Nómada.
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